Hoy me aventuro por el mundo de las hipótesis: ideas que no están verificadas, y que precisan demostración para convertirse en tesis (conclusiones que se mantienen con razonamientos) y así, con el conjunto de varias tesis, poder formar una teoría (serie de leyes que sirven para relacionar determinado orden de fenómenos). En este caso, la teoría a formar intentaría encontrar todas las razones que existen para que el desnudo sea tan rechazado socialmente, a pesar de las bondades que tiene el no llevar ropa (eso decimos todos los que nos desnudamos siempre que es posible). Así, una de las hipótesis que últimamente estoy pergeñando tiene que ver con los olores corporales: a pesar de que todo el mundo justifica su oposición al desnudo social en el sentido de la vista (no quiero ver a gente desnuda), sin embargo creo que tiene mucho más que ver con un sentido menospreciado y a menudo ignorado como es el olfato, mucho más relevante de lo que parece a simple vista…
Pero la hipótesis que hoy quiero formular, con más o menos acierto, es la que da título a la presente entrada: como la ropa interior usada en un momento histórico influye posteriormente en las partes del cuerpo que se pueden mostrar sin el tan temido rechazo social. Por supuesto, para la demostración de esta hipótesis tendría que sumergirme en los distintos estudios existentes sobre la evolución de la ropa interior, tanto masculina como femenina, a lo largo de la historia (cosa que a lo mejor investigo cuando tenga interés en demostrarla). Sin embargo, y por ahora, lo único que pretendo exponer es cual ha sido el proceso que se ha sucedido en mi mente para formularla, y es algo tan simple como seguir el método científico: observar, medir y formular hipótesis.
Pero antes de hablar de cómo he llegado a esta formulación, es preciso detenerse en una cuestión previa: la etiqueta que hay que guardar con la vestimenta según los espacios que se van a compartir con el resto de humanos; grosso modo, sería así:
- Ropa interior (también denominada lencería íntima), mostrada en el ámbito del hogar.
- Ropa de baño (también denominada en ocasiones lencería de baño), mostrada en ámbitos públicos informales (playas, campings, hoteles de playa -siempre que no sea para entrar en el restaurante o en espacios compartidos-. También se podría incluir la ropa de deporte, utilizada en parques o gimnasios y para ir de camino a los mismos).
- Ropa formal (comunmente denominada ropa de vestir, como si el resto de ropa no lo hiciera), mostrada en ámbitos públicos formales. Aquí también se incluye lo que se denomina ropa informal (que, por si no lo sabías, eso es lo que significa casual): ropa que se lleva en los ámbitos públicos formales, pero en momentos de ocio.
El problema se plantea cuando no se utiliza la etiqueta adecuada en el ámbito público… según el criterio del resto de nuestros conciudadanos. Es decir, tanto cuando utilizamos ropa de vestir en un ámbito público informal (traje de chaqueta con corbata en una playa o en un gimnasio) como cuando intentamos subir a un autobús con una prenda que al conductor del mismo le parece inadecuada, como le ocurrió a Cristina Durán el pasado 7 de agosto.
Me han prohibido acceder a un autobús de Valencia por ir escotada y poder ofender a los demás pasajeros. No es un bikini, es un top y no voy enseñando nada. Me he sentido disciminada. @emtvalencia En otros 2 autobuses si que he podido acceder. ¿Normativa o discriminación? pic.twitter.com/fwDxdBa0cK
— Cristina Durán (@CristinaD20) August 7, 2021

Las redes sociales han ardido, y como de costumbre, han hecho viral (y por tanto, efímera) esta noticia. Y el debate se basa, fundamentalmente, en si lo que lleva Cristina es un sujetador, la parte de arriba de un bikini playero o un top lencero: es decir, si la prenda pertenece al ámbito privado, al ámbito público informal o al ámbito público formal. Se discute si Cristina está mostrando la ropa adecuada en el ámbito público formal en el que se encuentra (vía pública, interior de un autobús). Nadie hubiera discutido ni prohibido su acceso a un lugar situado en un ámbito público informal (playa, y mucho menos discoteca), ni se hubiera discutido sobre el nombre de la prenda en cuestión. Y nadie discute su afirmación no voy enseñando nada, aunque en la foto se aprecia que muestra, no solo parcialmente sus pechos, sino también sus hombros, parte del vientre, sus brazos, su espalda… quizá se refiere a que no enseña nada prohibido socialmente, y en eso le doy toda la razón.
Pero esta noticia viene a confirmar uno de los razonamientos que sustentan mi hipótesis: el cómo el diseño de la ropa interior tiene una influencia directa en los diseños posteriores de ropa de baño, y de como estos diseños posteriormente pasan a formar parte de la vestimenta en los espacios públicos formales para el ocio (aunque no en los espacios absolutamente formales, como las iglesias o los lugares de trabajo). Y esa influencia, aunque lo es tanto en el ámbito masculino como en el femenino, también genera diferencias significativas de género.
Las modas imperantes en cada momento hacen que cosas que eran aceptables en un momento, se vuelvan rechazables al cabo de un tiempo. Por ejemplo, el largo de los pantalones de los equipos de fútbol o baloncesto…

Fuente

En los años 80, la prenda interior masculina mayoritaria era el slip, y en algunos casos, el tanga. Los boxers, simplemente, eran prácticamente inexistentes (bóxer proviene del inglés boxer short, pantalón corto de boxeador). En esos mismos años, la prenda por excelencia femenina eran las bragas y las bragas faja, siendo marginal el uso de tangas.
Sin embargo, en los últimos tiempos, la prenda interior mayoritaria entre los hombres en el bóxer, siendo bastante minoritario el slip y habiendo desaparecido prácticamente del mercado los tangas. Sin embargo, entre las mujeres, los tangas y las brasileñas (sobre todo estas últimas) causan furor, dado que en general se lleva ropa ajustada y se quieren evitar las marcas de la ropa interior. Sin embargo, por cuestiones estéticas, también siguen existiendo las bragas faja, aunque su uso también es relativamente bastante reducido.


Y estas tendencias en la lencería íntima (recordemos, la que se puede mostrar en ámbitos privados), más tarde o más temprano se trasladan a la lencería de baño… por algo el nombre es el mismo.
En la ropa de baño masculina, los bañadores tipo slip de los años 80 desaparecieron de los espacios públicos para dar paso al uso de bañadores con camales hasta las rodillas o más allá, aunque ahora parece que se están acortando para cubrir hasta aproximadamente, la mitad del muslo (la excepción en los bañadores tipo slip es su extensión entre los integrantes de la comunidad gay). Y estos modelos se trasladan, posteriormente, a la moda informal, de tal forma que marcan el largo de los camales en los pantalones cortos (de tal forma que una persona que lleve pantalones cortos con el largo de los camales tipo años 80 será directamente identificado, habitualmente, o como macarra de playa o como integrante de la comunidad gay).


Y en la mujer también se ha trasladado la ropa interior preponderante en estos momentos a la lencería de baño, y también, aunque tímidamente, a la ropa de vestir informal…



¿Y que tiene que ver todo esto con el nudismo, que es uno de los temas principales de este blog? Comprender las razones que impulsan a las personas a vestir de una u otra forma puede ayudar también a comprender las razones del rechazo hacia las personas que deciden no vestirse en los ámbitos públicos informales, e incluso en los ámbitos íntimos del hogar (no olvidemos que en muchos países, Francia sin ir más lejos, la sola posibilidad de que te vean desnudo, aunque sea en tu propia casa, está tipificada en el código penal; ver El desnudo en Francia, en este mismo blog). En estos momentos solo puedo decir que las partes del cuerpo socialmente visibles cambian a lo largo del tiempo, y que, también en esto, hay diferencias de genero.
Si mi hipótesis fuera cierta, es decir, que la ropa interior es precursora de la piel socialmente visible en un futuro más o menos lejano, entonces podría afirmar que, en tiempos no muy distantes al actual, se podría hacer realidad el deseo del movimiento Free the nipple o del mucho más próximo Mugrons lliures: la igualdad para mostrar el pecho tanto los hombres como las mujeres. Si ellos pueden, ¿porqué nosotras no?
Y lo digo porque, según este artículo publicado en el suplemento SModa de El País el día 28 de julio por Leticia García, el verano del año 2021 está siendo el verano en el que las mujeres están quemando sus sujetadores, es decir, están dejando de utilizarlos. La reflexión que se deriva del artículo es: si una mujer se acostumbra a ir sin sujetador, ¿se lo pondrá cuando tenga que ir a una playa? Y si en la playa no lleva sujetador, ¿lo llevará en otros ámbitos públicos informales..? Veamos que dice el artículo, a ver si nos da alguna pista.

2021 o el verano en el que las mujeres quemaron sus sujetadores
La pandemia ha transformado completamente nuestra relación con el sujetador. Después de meses sin llevarlo, muchas mujeres no quieren volver a él. Pero, ¿por qué resulta tan difícil desprendernos de esta prenda?
En un directo en Instagram con sus seguidores, surgió la clásica pregunta sobre rutinas de belleza y consejos de estilo durante el confinamiento. Pero la actriz Gillian Anderson no habló de dormir ocho horas ni de beber dos litros de agua diarios. «Ya no llevo sujetador. Lo siento, no importa si me llegan al ombligo, ya no lo llevo. Es muy muy incómodo», contestó. Por supuesto, no es la única. El pasado año, un tweet de la escritora feminista Roxanne Gay sobrepasó los mil quinientos retweets: «Me he puesto un sujetador desde hace ni se sabe y mis pechos ha dicho, ¿perdona?».
Durante los primeros meses del confinamiento se creó el #nobrachallenge, uno de esos retos digitales en el que, en esta ocasión, las mujeres se fotografiaban vestidas pero sin sujetador, superando, gracias al permanecer en casa las 24 horas, el reto mental que supone no llevar esta prenda durante el día. Hoy algunas afirman en Twitter que, después de haber probado la experiencia, no volverán a él.
La ficción está llena de escenas en las que las mujeres, después de intensas jornadas laborales, llegan a casa y experimentan un sentimiento de liberación (anatómica, pero también psicológica) al desprenderse de su sujetador. En este año y medio, en el que las barreras entre la intimidad y la exposición se han disuelto, hemos podido prescindir de él a falta de la mirada del entorno. Hoy, que por fin se atisba la luz al final del túnel, las revistas de tendencias conjugan dos discursos: el de la moda vanguardista y expresiva como forma de recuperar el tiempo perdido y el de la muerte definitiva del sujetador, ahora que la recién descubierta comodidad se ha apoderado de nuestro criterio estilístico. Pero, ¿de verdad estamos ante el fin de la prenda más controvertida del armario femenino? Y, lo es más importante, ¿por qué es tan relevante en 2021 que una mujer prescinda del sujetador?
La mirada del otro y el mito del pecho turgente
La historia de la indumentaria femenina es, en buena parte, la historia del control del cuerpo para deleite de la mirada masculina. De hecho, hasta hoy, buena parte de los modistos famosos han sido hombres, y en las pocas excepciones de mujeres que han alcanzado la primera división en esta industria, se podía captar a simple vista la apuesta por la comodidad de ellas (con Coco Chanel a la cabeza) frente a la decoración superflua y a veces incómoda de ellos. El sujetador no es una excepción. Lo patentó una mujer, Mary Phelps Jacobs, en 1914, pero entonces era un paso revolucionario frente al opresivo corsé.
En cualquier caso, y pese a que con los años las mujeres han logrado deshacerse de muchas prendas incómodas, el mito del pecho turgente sigue ahí, como una barrera mental inquebrantable. Tanto es así, que la decisión personal de no volver a usar sujetador ha dado y da para testimonios virales, como el de la escritora Hillary Benhouse, que escribió un largo ensayo en el New Yorker sobre su proceso mental desde que decidió quitarse el sujetador hasta que se acostumbró a no llevarlo: «Ahora me gusta la forma en la que mis pechos chocan con mis costillas cuando bajo las escaleras corriendo. Me gusta acarrear con su peso, como acarreo con el del resto de mi cuerpo. Mientras me muevo por el mundo, aunque sea con los gestos más nimios, siempre hay una parte de mí que está bailando», escribe.
Otras, como la influencer Sabina Socol, ha reiterado en numerosas ocasiones su decisión de no llevarlo frente a las críticas de algunos de sus seguidores: «Al principio no lo vi como un gesto feminista pero ahora me doy cuenta de que muchas mujeres se sienten avergonzadas si van sin él. En un mundo ideal, este tema no sería motivo de debate», contaba en una entrevista reciente.
Lo cierto es que, en este tema, hemos dado pasos atrás. No hubo una quema de sujetadores frente al certamen de Miss América en 1968, solo ciertas manifestantes tirando sostenes al «contenedor de la libertad», como tiraron zapatos de tacón o utensilios de cocina. Sin embargo, aunque este mito sirvió para difamar a las feministas de la Segunda Ola, también ayudó de algún modo a estandarizar este gesto.
En los años setenta Halston diseñaba vestidos para llevar sin sujetador y nadie puso el grito en el cielo, iconos de la época como Brigitte Bardot, Jane Birkin o Bianca Jagger prescindían de él en numerosas ocasiones y nadie se escandalizaba (aunque, por supuesto, sí existía el estereotipo de icono sexual masculino en torno a la cuestión). En 2021, sin embargo, Instagram sigue censurando el pecho femenino, siguen existiendo las amonestaciones escolares a las adolescentes que deciden no ponérselo para ir a clase y, por supuesto, intuir que algunas celebridades no lo llevan sigue siendo noticia, e incluso motivo de crítica: «¿Te molestan mis pechos? ¡pero si están cubiertos de cristales de Swarovski!», comentó Rihanna cuando, en 2014, fue a recoger su premio CFDA con un traje transparente, el mismo año en que Lina Esco inició la campaña #freethenipple (libera el pezón) para desestigmatizar de una vez por todas esta parte de la anatomía femenina.
Curiosamente, las pezoneras se han puesto de moda de un tiempo a esta partes. Firmas como la española You are the princess las tienen entre sus objetos más vendidos. Señal de que muchas mujeres han prescindido del sujetador pero, como es lógico, aún no pueden enfrentarse a las miradas ajenas si se les intuye el pezón bajo la camiseta.
¿La pandemia ha acabado con el sujetador?
No hay evidencia científica de que no usar sujetador sea malo para los pechos. Tampoco de que estos se descuelguen si se deja de usar. El único problema anatómico tiene que ver con la incomodidad de soportar el peso de quien tenga pechos grandes. Sí sabemos, por ejemplo, que el 80% de las mujeres suele llevar sujetadores de la talla incorrecta porque la desconoce, lo que genera incomodidad natural. Salvo excepciones, la decisión de llevarlo o no llevarlo atiende únicamente a criterios psicológicos (pese a que los argumentos para hacerlo siempre tengan que ver con lo anatómico). Ahora que hemos experimentado las bondades de no usarlo durante el confinamiento, son muchas voces las que claman por no volver a él, aunque la realidad parece ser otra: según la consultora de análisis de consumo NPD, de todos los sectores indumentarios el de la ropa interior femenina es el que menos se ha desplomado, un 17%. Sin embargo, la tendencia que se inició en el 2019 se ha acelerado en estos años pandémicos: el consumo de sujetadores confortables (sin aros, básicos deportivos y/o de algodón) no ha parado de crecer, hasta alcanzar una subida del 40% en 2020. Mientras tanto, disminuye tanto el consumo de lencería como su reputación. Ya no se trata de comprar piezas de encaje para gustar a un tercero sino productos confortables para sentirse a gusto (y no tener que quitárselo nada más cruzar el umbral de casa, como en las escenas de las películas). Los sujetadores cómodos y adaptables de Fenty o Aerie ganan a los de Victoria’s Secret o La perla. En un informe reciente de Edited, la consultora que utiliza el big data para predecir tendencias, se apunta a una ropa interior de «tejidos orgánicos y cómodos, tonos neutros y formas naturales, sin aros, cierres complicados u adornos superfluos».
No es posible deshacerse de un plumazo de más de un siglo de sujeción del cuerpo femenino, pero, aunque así fuera, la decisión de llevar o no sujetador debería ser personal, y no estar sujeta a millones de condicionamientos sociales. Como decía Sabina Socol, no debería ser motivo debate. O, como escribía Germaine Greer en La mujer eunuco, allá por 1970: «Los sujetadores son una invención ridícula, pero convertir en norma el ir sin ellos es también someterse a represión. Cada mujer debe decidir qué hace con su cuerpo».
Artículo en SModa – El País: 2021 o el verano en el que las mujeres quemaron sus sujetadores
El futuro nos dirá si se cumple mi hipótesis, y el sujetador pasa a ser un objeto expuesto en los museos…
Contenido complementario
Un artículo en este blog, de hace ya algún tiempo, sobre el uso del sujetador: ¿Es necesario llevar sujetador?
Otros artículos del blog relacionados también con este tema:
Los límites
Sección de libros: Le sein, une histoire
Por qué las mujeres francesas ya no hacen toples
La cosificación del cuerpo (femenino)
¡Los tiempos adelantan que es una barbaridad!
Diversos enlaces a la noticia sobre Cristina Durán:
ABC: Vetada en el autobús por su escote: ¿Qué dice la normativa municipal de Valencia?
SModa – El País: Una joven valenciana denuncia que no la dejan subir a un autobús por vestir un top lencero
El confidencial digital: Deniegan la entrada de una chica a un autobús por su vestimenta
Alma, corazón, vida – El confidencial: Una joven denuncia que no la dejan subir a un autobús en Valencia por llevar un top
Antena 3: Una joven denuncia que no la dejan subir a un autobús de Valencia por «ir escotada»
Levante – EMV: Denuncia que no la dejaron subir al bus de la EMT «por ir escotada»
Yasss: Una chica se queja en redes de que le han prohibido subir a un bus de Valencia por ir escotada: «Me he sentido discriminada»
Postdata 1: un libro que leí hace ya bastante tiempo, y que me ayudó (entre otras múltiples cosas) a comprender mucho los mecanismos sociales de delimitación de los espacios sociales de vestimenta es Cuerpos de mujeres, miradas de hombres: sociología de los senos desnudos, de Jean-Claude Kaufmann. Creo que volveré a leerlo, y haré la reseña que se merece en mi sección de libros.
Postdata 2: hay tantos aspectos a tener en cuenta, que tengo la sensación de dejarme razonamientos importantes en el tintero. Espero que, de ser así, no sean muchos.
Posdata 3: también hay quien expresa sus quejas por la sobreexposición de los pechos femeninos a las miradas masculinas: en concreto, las actrices sobre lo que denominan los desnudos gratuitos. Si quieres saber más, lee El cine español no se puede permitir más desnudos gratuitos.
el tema del sujetador y los pechos para las mujeres, es un tema muy conflictivo, que cualquier comentario puede hacer daño.
Desde la moda y la publicidad, los pechos de las mujeres se han utilizado de forma sexual, y eso influye, tanto que un hombre se le van los ojos. Pero en una tribu africana donde van si taparse no le dan importancia.
La estética y la psicología chocan cuando una niña o mujer se quiere poner unos pechos de silicona, con lo que conlleva la operación, y luego el peso…
Falta mucho camino por andar, cuando las misma mujeres te dicen que van incomodas pero asi se ven más guapas.
Me gustaMe gusta